Tuesday, September 13, 2011

El misterioso mundo de los ja, ja

Reír debe ser una de las cosas más placenteras de la vida (Claro, después del sexo, o al menos en mi escala). Es la mejor forma de reducir el estrés, mejora el sistema inmunológico, bla, bla, bla... Esto no es un blog de salud ni mucho menos pretende serlo, son sólo las reflexiones de una mente desequilibrada. Así que, ¿Qué tengo para decir sobre esto?

El otro día estaba en una reunión y alguien comentó que el humor era una señal de inteligencia, cosa con la que todos estuvimos de acuerdo, pero luego otra persona remató la frase de una manera más genial aún, añadiendo "Quizás sea la única...". Y el resto no pudimos hacer más que reírnos. De esa manera, ambos hicieron gala de su inteligencia (Sobre todo el segundo). De hecho, lo más difícil de aprender en una lengua extranjera es a reírse de sus propios chistes. Se requiere de habilidad para reírse, no es tan fácil como la gente cree. Supongo que por eso es que los venezolanos somos capaces de reírnos de cualquier cosa, es reír o llorar, literalmente.

No hay manera más inteligente para decir las cosas que con humor. Se debe tener un grado de inteligencia y una capacidad de observación superior a la del resto para poder ser incisivo, y para que, de paso, las personas se rían de sus propias desgracias. Por eso, respeto a todos los humoristas, aunque esto no quiere decir necesariamente que los admire a todos.

Se ocurre hacerle una propuesta a la NASA: En vez de mandar sondas con muestras de conocimiento científico, mandemos grabaciones de humoristas. Si no lo entienden, quedaremos como unos tontos, aunque de igual manera quedamos como unos retrasados enviándoles conocimiento que para ellos debe de ser básico.


Friday, September 2, 2011

El subjetivo paso del tiempo

Hace unos días, fui al cine con mi novio a ver una película que se llama Crazy Stupid Love (por cierto, se las recomiendo, es excelente). Antes de entrar a la función, me encontré con un compañero de la universidad. Apenas tenemos un mes de graduados y con él fue una de esas pocas personas con las que conservé amistad desde el primer día de la carrera. A pesar de ello, me parecía estar viendo un lejano recuerdo. Mantuvimos la conversación en la superficie, sin entrar en aguas profundas. Luego entramos a la sala (íbamos a ver la misma película) que estaba prácticamente vacía. Él y su amiga se sentaron una fila detrás de nosotros y al poco tiempo comenzó la película. Desde el primer instante, la trama me atrapó, pero este post no es para hablar de eso. Pasaron las dos horas, se terminó y comenzamos a salir. Lo veo en mi vía de salida, le hago un gesto que solíamos hacernos mucho en la universidad y desaparecí entre la gente. Ya luego no me lo encontré más.

El encuentro me quedó dando vueltas en la cabeza. Me dio gusto verlo, saber que estaba bien, pero... No fue como si sintiese ganas de retomar nuestra amistad, porque en mi cabeza ha pasado mucho más de un mes desde que nos separamos, cosas que él no sabe, que comenzaron a pasar hace rato y que jamás le dije. Con tiempo hacemos todo: construimos o destruimos; y es lo único que no podemos comprar ni sobornar a nadie para que nos los dé, alargue o devuelva.

El tiempo... Es algo que creemos tenerlo medido a la perfección con nuestros sofisticados relojes y cronómetros (sobre todo yo, maniática de la puntualidad y de los relojes de pulsera), pero que en realidad es algo que va más allá de nuestro entendimiento. Nuestro tiempo está en nuestra cabeza.